jueves, 17 de enero de 2013
El síndrome de Hybris (o la borrachera de poder)
LOS GRIEGOS fueron los primeros que
utilizaron la palabra “hybris” para definir al héroe que conquista la
gloria y que, ebrio de poder y de éxito, comienza a comportarse como un
dios, capaz de cualquier cosa. Y el síndrome de Hybris fue descrito hace
años por David Owen, que fue ministro de Asuntos Exteriores británico y
que, como además era neurólogo, escribió un libro “En la enfermedad y
en el poder”, en el que habla de una patología que afecta a determinados
políticos con alta responsabilidad de gobierno, que se inicia desde una
megalomanía instaurada y termina en una paranoia acentuada. Todo irá
bien para el personaje mientras disfrute de las exquisiteces del mando y
ordeno, pero que tras la pérdida del poder empezarán sus citas con el
psiquiatra para tratar su depresión al verse ya no como un personaje de
“Las mil y una noches”, como un iluminado, sino como uno más, como
cualquiera que pasa por la acera con la cartilla del paro en el
bolsillo.
Llega un momento en que quienes gobiernan
dejan de escuchar, se vuelven imprudentes y toman decisiones por su
cuenta, sin consultar porque piensan que sus ideas son las correctas. Y
aunque finalmente se demuestren erróneas, que no han servido para nada,
nunca reconocerán la equivocación y seguirán pensando que están en la
senda de la verdad.
Una persona más o menos normal de repente
alcanza el poder y al principio le asalta la duda de si será capaz de
desarrollar esa actividad engrandecida de la política. Pero pronto sale
de la duda porque empiezan a merodearle una legión de incondicionales
que no cesan de felicitarle, darle palmaditas en la espalda y halagos,
reconociéndole su valía. Y si al principio dudaba de su capacidad se
transforma y comienza a pensar que está ahí por méritos propios. Y como
no cesan los piropos y las palabras huecas ya se cree el rey del mambo y
de él arriba, ninguno.
Es esta una primera fase pero pasa a la
siguiente en que cree totalmente en todo lo que hace y dice, y piensa,
en su narcisismo calenturiento, que menos mal que estaba ahí para
solucionarlo. Si no es por él, todo se iría al garete. El iluminismo se
apodera de él y su mundo se hace amplio y el de los demás estrecho; el
suyo ilimitado y el de los demás, casi inexistente. Se convierte en
infalible y se cree insustituible.
Y todo aquel que no asume sus ideas o las rebate ya es enemigo hasta personal y le indica el camino hacia el ostracismo.
Este trastorno psico-patológico se ha
dado en muchos líderes mundiales; ahí están los casos de Churchill,
Kennedy, o Bush, y quizás en este grupo haya que situar a Zapatero, Alan
García de Perú. Son líderes que no escuchan, que no aceptan decisiones
que no sean las suyas, que creen están en posesión de la verdad, que no
dan su brazo a torcer, que están ciegos ante las evidencias, que
confunden la realidad con la fantasía. En fin, que viven en su mundo, se
enrocan dentro de sí, no quieren saber nada de los demás y se sienten
capaces desde su alta tribuna de enderezar entuertos, aunque estos se
fortalezcan, se endurezcan y sus capacidades queden a ras del suelo.
Nunca entenderán por qué actúan así;
dentro de su iluminismo caminan a ciegas y aunque terminen en la más
absoluta soledad, antes de llegar dejarán muchos cadáveres en el camino.
“Los síntomas de la enfermedad del poder
comienzan con un clima de sospecha hacia todo lo que rodea al poderoso,
siguen con una sensibilidad crispada en cada asunto en donde interviene,
se agrega después una creciente incapacidad para soportar las críticas
y, más adelante, se acompaña de la sensación de ser indispensable y de
que, hasta su llegada al poder, nada se había hecho bien” (E.
Hemingway).
En general, la patología del enfermo del
poder muestra una persona muy pretensiosa y explotadora, es decir, saca
provecho de los demás. No puede identificarse con los sentimientos o
necesidades de los otros, envidia o cree que la envidian y tiene
actitudes constantemente arrogantes. Los síntomas de los enfermos de
poder son elocuentes y comunes a todos los pacientes: exagerada
confianza en sí mismos; desprecio por los consejos, alejamiento de la
realidad; burlas públicas de otras personas; complejos de persecución e
invento de historias y complots para asesinarlos; enemistarse con
algunos periodistas y hacerse uña y carne con otros; confrontarse con
los poderes fácticos. Se esfuerzan en hacer creer a los incrédulos que
su plan de país o comunidad mira más allá de sus narices.
David Owen (In Sickmess and in Power,
2008) explica que el dominio del poder ocasiona cambios en el estado
mental y conduce a una conducta arrogante, por lo que las enfermedades
mentales necesitan una redefinición para incluir el síndrome de la
arrogancia y darles un número en el Código Internacional de Enfermedades
(CIE). A algunos políticos el perfume del poder los hace arrogantes y
soberbios, tanto así que ponen en riesgo la gobernabilidad de un país,
“pues si bien el litio ayuda a controlar algunos desórdenes maníaco
depresivos, aún no contamos con un fármaco que ayude a controlar los
estados de arrogancia y altanería”. El virus del poder entra en el
sistema linfático del político con tal virulencia que hasta los que
parecían cuerdos empiezan a mostrar comportamientos extraños. Este
síndrome corroe las entrañas de la democracia debido a la arrogancia.
El diccionario define la palabra
arrogancia como “Actitud de la persona orgullosa y soberbia que se cree
superior a los demás”. Dante lo define como el amor propio perverso que
lleva al odio de los demás. Cuando una persona es arrogante se siente
superior a los demás. Piensa que siempre tiene la razón y los demás
están equivocados. Cualquier cosa que otra persona dice, para el
arrogante, si no está de acuerdo, no sirve. Los arrogantes se sienten
superiores a causa de su baja autoestima y buscan un mecanismo
compensatorio para sobrevivir. Son inseguros y esto se manifiesta
denigrando a los demás para poder sentirse bien ellos mismos. “El dinero
no cambia al hombre, simplemente lo desenmascara. Si un hombre es
naturalmente egoísta, avaro y arrogante, esto se manifiesta con el
dinero” (H. Ford).
El Dr. Sherwin B Nuland profesor de
Cirugía en la Universidad de Yale ha propuesto en New Haven,
Connecticut, que los Jefes de Estado deberían, al asumir el mando
Presidencial, renunciar a la privacidad médica y los Médicos que los
tratan deberían suspender su deber de confidencialidad
Médico/Paciente(el llamado secreto profesional) en aras del bienestar
del país, en salvaguarda de los intereses del pueblo, quien a fin de
cuentas debe ser el único y soberbio soberano con capacidad y autoridad
de modificar leyes y nombrar autoridades.
Los Gobernantes con desordenes Maníaco Depresivos y/o Síndrome de Arrogancia… ¡Tienen los días contados!
Nota: http://www.baraderohoy.com/2011/02/24/el-sindrome-de-hybris-borrachera-de-poder/
Foto: de la web
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