
Sólo en una familia auténtica, unida duraderamente y amorosa, los hijos pueden alcanzar la sana madurez, sacando ejemplo de amor gratuito, de fidelidad, de entrega recíproca y de respeto por la vida.
Una sana globalización, llevada a cabo en el respeto de los valores de las diferentes naciones y grupos étnicos, puede contribuir significativamente a la unidad de la familia humana y puede permitir formas de cooperación que no son sólo económicas sino también sociales y culturales.
Al viajar se conocen lugares y situaciones diversas, y se cae en la cuenta de lo grande que es la brecha entre países ricos y países pobres. Además, se pueden valorar mejor los recursos y las actividades locales, favoreciendo la participación de las zonas más pobres de la población.
Hay que alentar con firme determinación el camino del diálogo y de la mutua comprensión en el respeto de las diferencias, de forma que la auténtica paz pueda lograrse y tenga lugar el encuentro entre los pueblos en un contexto de solidario acuerdo.
El diálogo, basado en sólidas leyes morales, facilita la solución de los conflictos y favorece el respeto de la vida, de toda vida humana. Por ello, el recurso a las armas para dirimir las controversias representa «siempre una derrota de la razón y de la humanidad».
Detrás de las situaciones de injusticia existe siempre un grave desorden moral, que no se mejora aplicando solamente medidas técnicas, más o menos acertadas, sino sobre todo promoviendo decididamente un conjunto de reformas que favorezcan los derechos y deberes de la familia como base natural e insustituible de la sociedad. Asimismo se deben impulsar proyectos de defensa y desarrollo en favor de la vida que tengan presente la dimensión ética de la persona, desde su concepción hasta su ocaso natural.
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