viernes, 11 de noviembre de 2011
MATILDE ALBA SWANN
Matilde Alba Swann, es el seudónimo de Matilde Kirilovsky de Creimer.
Hija de Aliaquin Kirilovsky y Emma Ioffe, nació el 24 de febrero de 1912. Casada con Samuel Creimer, madre de cinco hijos.
Fue bachiller con la Promoción 1929 del Colegio Superior de Señoritas hoy Liceo Victor Mercante.
Se recibió de abogada en 1933 a los 21 años en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata.
El diario El Día de La Plata, en su edición de 9 de diciembre de 1933 publicó la siguiente noticia :
“La cada vez más acentuada participación femenina en las diversas actividades de la vida pública, incorpora al foro platense una abogada cuya inteligencia y dinamismo serán una prueba más de la importancia del aporte de la mujer en las gestiones ciudadanas. Así lo hace esperar la destacada carrera profesional , los brillantes exámenes finales con que ha dado término a su carrera la doctora Matilde Kirilovsky, recientemente graduada en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de nuestra Universidad”
Ejerció la profesión durante más de 50 años con el respeto y cariño de sus colegas. Se la recuerda logrando la absolución de la recordada uxoricida Remberta Nieves, o interponiendo resonantes acciones de amparo persiguiendo mejorar la situación de los indefensos. Extracción de sangre de menores tutelados; sufragio de los menores tutelados. Trato inhumano a los internados del Hospital Melchor Romero. Fue presidente de la Comisión de Minoridad del Colegio de Abogados e integró su Tribunal de Disciplina. Fue asesora en temas de minoridad del Ministerio de Acción Social, del Ministerio de Salud y de diversos Gobernadores de la Provincia de Buenos sin distinción de banderías políticas.
En poesía publica ocho libros de poemas; dejo un noveno libro sin editar, pero preparado y a punto de ser impreso.
Canción y grito (1955)
Salmo al retorno (1956)
Madera para mi mañana (1957)
Tránsito del infinito adentro (1959)
Coral y remolino (1960)
Grillo y cuna (1971)
Con un hijo bajo el brazo (1978)
Crónica de mi misma (1980)
Recibe innumerables premios, menciones y honores.
Fue Presidente de la Filial La Plata de la Sociedad Argentina de Escritores.
Como periodista condujo audiciones de literatura en las radios Provincia de Buenos Aires y Universidad de La Plata; fue colaboradora permanente del Diario El Día de La Plata. Fue corresponsal de guerra del Diario El Día en la guerra de las Malvinas; fue colaboradora de la Página literaria del Diario La Capital de Mar del Plata.
Con posterioridad a su fallecimiento ocurrido en la Ciudad de La Plata, el 13 de setiembre de 2000, algunos distritos del Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires entregan a los que juran el poema de Matilde "Creo en tu ciencia" ilustrado por Enrique Arrigoni. Asimismo, la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata, entrega a sus egresados conjuntamente con su diploma, la prosa poética "La poesía del derecho". Asimismo, el Concejo Deliberante de la Ciudad de La Plata la declaró Ciudadana Ilustre post mortem el 24 de agosto de 2005.
CRÓNICA DE MI MISMA
Y querer merecerme; de veras merecerme.
Revisar mis dispersas escrituras,
mi palabra, revisarme el sollozo,
la garganta,
auscultarme el latido, desollarme,
revisarme las venas, las arterias.
todo el complejo existencial
que asumo.
Revisar mi conducta, mis proyectos,
lo soñado, ensoñado,
lo vivido,
conformarme de nuevo, aun no inscripta,
sin visión, sin recuerdo, sin mentiras,
sin verdades ocultas, temerosas,
sin impulsos,
sin deserción, sin este yo
impreciso.
Revisarme hasta el fondo, descifrarme,
prenderme, saberme, perdonarme,
tanto pude y no hice,
tanto hice febril
a manotazos,
en apremio suicida, lograr algo, dejar
algo, quedarme allí incrustada,
en la trama inicial, impenetrable,
indestructible, quedar, estar,
ser siempre,
y vencer de la muerte,
y de la vida.
Permanecer y ser, por solo acto
de ingerencia en un sino
de criatura.
Despedacé mi carne, carne mía, fatigada
de esfuerzo y sinsabores, me derramé, me di,
me hice guiñapo; al costado de holgura,
fui miseria.
Quise tanto y a tantos, y la tierra,
ese soplo de polvo que me aguarda,
y mi aventura batalladora hecha
de timidez, de inermidad
y miedo.
Estos árboles rudos que me vencen
la mirada, cada vez menos útil, y esta noche
que circunda mis noches y me azuza y me manda
no dormir, y pensar, y sentir frío,
y volver al dolor que hice a un costado.
Yo debo revisarme desde el antes,
descubrir el motivo, causa, impulso, la razón,
el por qué, y el hacia adónde, y el por qué
del por qué de la pregunta.
Ascender la montaña hacia la cima,
y mirarme, un abismo,
en el abismo, y elevarme al azul
por propio esfuerzo apoyándome en mí,
envolviéndome en mí,
desde mí misma,
tirar de mí hacia arriba; tocar siquiera
una sola estrella, una sola, o su fulgor
siquiera, o siquiera seguirla
desnudando
mi vergüenza a su luz. Esta corteza,
que resquebraja
cada vez que pienso,
y estas raíces que me petrifican
bajo la inercia de un planeta
muerto.
Quiero salir maleza a herir caminos,
y punzarme de heridas, ser, de pronto,
este mundo y un próximo intuido,
y recordar, de pronto, un otro antiguo
mundo en seres golpeados que lloraron
mucho antes de mí, y que derramaron
en mi llanto de hoy, su sal y acíbar.
Ser el ánfora quieta de una ignota,
milenaria mansión
sin nada dentro,
y esperando.
Un océano en peces y vitrales, y en suicidas
y barcos milenarios; ser la orilla, el camino
sobre el agua, ser la brújula, el sol rojo
de noche y el marinero que perdió la novia,
la llegada y el puerto, abigarradas
multitudes ruidosas,
y en mí, nadie.
Asomarme a la ardiente boca ígnea
de un volcán que despierta en el incendio,
y saber que soy fuego y quemadura,
que la lava soy yo,
descascarando;
desnudada, sentirme leña al rojo, derramado
mineral,
embistiendo la ladera, burbujeante y hervida.
Merecerme, de veras merecerme;
en cuclillas orar, sin darme cuenta,
porque quiera la entraña de mi madre,
exhalarme a la luz, y ser pequeña,
respirar, prometer, ser la esperanza
para alguien, sin nada más que el hilo,
que amenaza romper de una esperanza.
Merecerme de veras; ya retorno
del altar y del lodo, del sollozo,
del gemido y del canto, de mi propio
funeral, y me escucho como corro
anhelante y jadeante
a mi bautismo.
Hija de Aliaquin Kirilovsky y Emma Ioffe, nació el 24 de febrero de 1912. Casada con Samuel Creimer, madre de cinco hijos.
Fue bachiller con la Promoción 1929 del Colegio Superior de Señoritas hoy Liceo Victor Mercante.
Se recibió de abogada en 1933 a los 21 años en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Nacional de La Plata.
El diario El Día de La Plata, en su edición de 9 de diciembre de 1933 publicó la siguiente noticia :
“La cada vez más acentuada participación femenina en las diversas actividades de la vida pública, incorpora al foro platense una abogada cuya inteligencia y dinamismo serán una prueba más de la importancia del aporte de la mujer en las gestiones ciudadanas. Así lo hace esperar la destacada carrera profesional , los brillantes exámenes finales con que ha dado término a su carrera la doctora Matilde Kirilovsky, recientemente graduada en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de nuestra Universidad”
Ejerció la profesión durante más de 50 años con el respeto y cariño de sus colegas. Se la recuerda logrando la absolución de la recordada uxoricida Remberta Nieves, o interponiendo resonantes acciones de amparo persiguiendo mejorar la situación de los indefensos. Extracción de sangre de menores tutelados; sufragio de los menores tutelados. Trato inhumano a los internados del Hospital Melchor Romero. Fue presidente de la Comisión de Minoridad del Colegio de Abogados e integró su Tribunal de Disciplina. Fue asesora en temas de minoridad del Ministerio de Acción Social, del Ministerio de Salud y de diversos Gobernadores de la Provincia de Buenos sin distinción de banderías políticas.
En poesía publica ocho libros de poemas; dejo un noveno libro sin editar, pero preparado y a punto de ser impreso.
Canción y grito (1955)
Salmo al retorno (1956)
Madera para mi mañana (1957)
Tránsito del infinito adentro (1959)
Coral y remolino (1960)
Grillo y cuna (1971)
Con un hijo bajo el brazo (1978)
Crónica de mi misma (1980)
Recibe innumerables premios, menciones y honores.
Fue Presidente de la Filial La Plata de la Sociedad Argentina de Escritores.
Como periodista condujo audiciones de literatura en las radios Provincia de Buenos Aires y Universidad de La Plata; fue colaboradora permanente del Diario El Día de La Plata. Fue corresponsal de guerra del Diario El Día en la guerra de las Malvinas; fue colaboradora de la Página literaria del Diario La Capital de Mar del Plata.
Con posterioridad a su fallecimiento ocurrido en la Ciudad de La Plata, el 13 de setiembre de 2000, algunos distritos del Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires entregan a los que juran el poema de Matilde "Creo en tu ciencia" ilustrado por Enrique Arrigoni. Asimismo, la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata, entrega a sus egresados conjuntamente con su diploma, la prosa poética "La poesía del derecho". Asimismo, el Concejo Deliberante de la Ciudad de La Plata la declaró Ciudadana Ilustre post mortem el 24 de agosto de 2005.
CRÓNICA DE MI MISMA
Y querer merecerme; de veras merecerme.
Revisar mis dispersas escrituras,
mi palabra, revisarme el sollozo,
la garganta,
auscultarme el latido, desollarme,
revisarme las venas, las arterias.
todo el complejo existencial
que asumo.
Revisar mi conducta, mis proyectos,
lo soñado, ensoñado,
lo vivido,
conformarme de nuevo, aun no inscripta,
sin visión, sin recuerdo, sin mentiras,
sin verdades ocultas, temerosas,
sin impulsos,
sin deserción, sin este yo
impreciso.
Revisarme hasta el fondo, descifrarme,
prenderme, saberme, perdonarme,
tanto pude y no hice,
tanto hice febril
a manotazos,
en apremio suicida, lograr algo, dejar
algo, quedarme allí incrustada,
en la trama inicial, impenetrable,
indestructible, quedar, estar,
ser siempre,
y vencer de la muerte,
y de la vida.
Permanecer y ser, por solo acto
de ingerencia en un sino
de criatura.
Despedacé mi carne, carne mía, fatigada
de esfuerzo y sinsabores, me derramé, me di,
me hice guiñapo; al costado de holgura,
fui miseria.
Quise tanto y a tantos, y la tierra,
ese soplo de polvo que me aguarda,
y mi aventura batalladora hecha
de timidez, de inermidad
y miedo.
Estos árboles rudos que me vencen
la mirada, cada vez menos útil, y esta noche
que circunda mis noches y me azuza y me manda
no dormir, y pensar, y sentir frío,
y volver al dolor que hice a un costado.
Yo debo revisarme desde el antes,
descubrir el motivo, causa, impulso, la razón,
el por qué, y el hacia adónde, y el por qué
del por qué de la pregunta.
Ascender la montaña hacia la cima,
y mirarme, un abismo,
en el abismo, y elevarme al azul
por propio esfuerzo apoyándome en mí,
envolviéndome en mí,
desde mí misma,
tirar de mí hacia arriba; tocar siquiera
una sola estrella, una sola, o su fulgor
siquiera, o siquiera seguirla
desnudando
mi vergüenza a su luz. Esta corteza,
que resquebraja
cada vez que pienso,
y estas raíces que me petrifican
bajo la inercia de un planeta
muerto.
Quiero salir maleza a herir caminos,
y punzarme de heridas, ser, de pronto,
este mundo y un próximo intuido,
y recordar, de pronto, un otro antiguo
mundo en seres golpeados que lloraron
mucho antes de mí, y que derramaron
en mi llanto de hoy, su sal y acíbar.
Ser el ánfora quieta de una ignota,
milenaria mansión
sin nada dentro,
y esperando.
Un océano en peces y vitrales, y en suicidas
y barcos milenarios; ser la orilla, el camino
sobre el agua, ser la brújula, el sol rojo
de noche y el marinero que perdió la novia,
la llegada y el puerto, abigarradas
multitudes ruidosas,
y en mí, nadie.
Asomarme a la ardiente boca ígnea
de un volcán que despierta en el incendio,
y saber que soy fuego y quemadura,
que la lava soy yo,
descascarando;
desnudada, sentirme leña al rojo, derramado
mineral,
embistiendo la ladera, burbujeante y hervida.
Merecerme, de veras merecerme;
en cuclillas orar, sin darme cuenta,
porque quiera la entraña de mi madre,
exhalarme a la luz, y ser pequeña,
respirar, prometer, ser la esperanza
para alguien, sin nada más que el hilo,
que amenaza romper de una esperanza.
Merecerme de veras; ya retorno
del altar y del lodo, del sollozo,
del gemido y del canto, de mi propio
funeral, y me escucho como corro
anhelante y jadeante
a mi bautismo.
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