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*Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá*


domingo, 11 de abril de 2010

SYRIA POLETTI

Syria Poletti novelista y autora de literatura infantil ítalo-argentina nacida en Pieve di Cadore, Italia el 10 de febrero de 1919 y fallecida en Buenos Aires el 11 de abril de 1991. Sus padres emigraron hacia Argentina cuando ella tenía solo 9 años, quedando a cargo de su abuela, la que cumplió el rol de madre. Durante su adolescencia vivió en un orfanato. A los 21 años se recibió de maestra y decidió viajar a la Argentina, pero la escoliosis deformante en la columna de la cual sufría, fue un impedimento para que emigre. Su hermana Beppina viajó a Buenos Aires y pudo gestionarle un permiso, logrando que Syria realice el viaje al país donde se consagró artísticamente. En un principio trabajó como profesora y traductora (título obtenido en la Universidad de Córdoba) y es en 1953 cuando comenzó a escribir relatos en el diario "La Nación", y en 1954 publicó "Veinte poemas infantiles". También colaboró en la revista "Vea y Lea", donde escribía cuentos policiales. La publicación de su primera novela en 1961, "Gente conmigo", que tuvo un gran éxito obteniendo el "Premio Internacional Losada" y el "Premio Municipal de Buenos Aires", y fue llevada al cine en 1965 . Esta novela fue traducida al alemán, checo, inglés e italiano. En 1965 le fue otorgado en Madrid el "Premio Doncel", por su libro de cuentos "Botella al mar". Por su libro "Historias en rojo" obtuvo en 1969 nuevamente el "Premio Municipal de Buenos Aires". Además recibió la "Faja de Honor" de la Sociedad Argentina de Escritores y la condecoración de "Gran Caballero de la Estrella de la Solidaridad" entregada por el gobierno italiano por su obra cultural en Italia y Argentina.


Prólogo del libro "Una ventana a la vida"

Syria Poletti falleció pocos días antes de la presentación de "Una Ventana a la Vida" en la Feria del Libro, en abril de 1991.Había prometido estar en el acto, pero se cumplió el vaticinio del último párrafo de éste, uno de sus últimos escritos: "Por eso ahora yo desaparezco; vuelvo a mi tren...".

Cuando yo era chica, vivía cerca de la estación ferroviaria y todas las tardes me asomaba a la ventana para ver pasar el tren y viajar con la fantasía hacia países fascinantes. Allí me encontraba con personajes distintos con los que vivía mis propios sueños. Era el momento más esperado del día: el tren me proyectaba hacia el futuro y también hacia otros presentes, aquellos que mi corazón anhelaba. Luego, furtivamente, llegaba también el pasado.

Todavía hoy extraño esa ventana, ese tren, esa hora que me permitía imaginar un mundo más amable cuando yo aún no sabía explicarme todo lo que pasaba en mi. Y la vida era un misterio que me causaba inquietud.

Tal vez por eso hoy yo sigo apostada a "Una ventana a la vida", la sección que aparece los domingos en el Suplemento Infantil de "La Nación" y que ahora, por arte de encantamiento, toma la forma de libro.

Dicen que es un libro para los chicos, pero no importa. Cuando uno entra en el marco encantado de esa ventana, vuelve a tener nueve, diez, once, doce años, pero también todos los años acumulados con la experiencia.

Porque los que inventaron y escriben estas páginas tienen el sortilegio de convertir las edades en una sola gran edad: la del fervor por la vida. Con su mochila llena de palabras pasan por el túnel del tiempo y al salir a la luz traen la vibración del pasado, el ansia del futuro y la confianza en el presente. Por eso escriben con el asombro, con el candor, la frescura de los chicos. Y de pronto se descuelgan con la sabiduría de los filósofos, con el lirismo de los poetas, con la ternura de las madres y el desvelo de quienes, con sólo mirar los ojos de un niño, sienten que el corazón se empina hacia la esperanza.

Todos los domingos yo asciendo al tren que pasa ante mi por la "ventana" del "Suple". Y a partir de sus líneas, se abre para mis ojos un universos luminoso, celeste, radiante, lleno de alas, de espacios verdes, de colores que impulsan a ascender, que iluminan panoramas desteñidos. Y descubro, o descubrimos, rincones, seres, cosas en los que no habíamos reparado. Y sentimos la radiación del sol aunque llueva.

Y , vaya sorpresa! Desde esta ventana uno encuentra también el hilo conductor para penetrar en el mundo de adentro, el de los sentimientos, el de los escondites que cada uno guarda calladamente, por pudor, o porque no sabe todo lo que valen.

"Una ventana a la vida" se mete en todos los temas porque sabe que desde ese rectángulo móvil se puede "pintar las horas que los relojes ignoran; hallar los filamentos invisibles que nos conectan con nuestra propia estrella; penetrar en los milagros que se producen detrás de las gotas de lluvia; reencontrar los pinceles que permiten dibujar soles; dar con la mano que nos ayuda a transitar por calles oscuras; descubrir los semáforos ocultos; escuchar la campanilla que anuncia la llegada de una poesía; llegar a las fuentes secretas en las que nacen los proyectos para ser uno mismo". En fin, una invitación a descubrir nuestro ritmo, nuestra música interna, nuestra ternura, para acercarnos con más claridad al misterio del amor

Y así como yo me doy cuenta que de tanto asomarme a la magia de una ventana trazada con palabras, con libros, se me borraron los años y tengo nuevamente diez o doce y ganas de trepar a un árbol, también ustedes descubrirán que de tanto identificarse con este mensaje poético entraron de golpe, como por un tobogán, en los vericuetos de la vida adulta.

Y descubrimos que nos hemos llenado el alma de ese celeste infinito, de ese celeste luminoso donde flamean el amor y la libertad.

Pero... quien escribe "Una ventana a la vida"? Una paloma, un ángel, un sabio, el alma de una madre convertida en mariposa? NO. La escriben tres duendes con alas, con antenas, con pilas como aquellas de los bichitos de luz, con polos positivos. Tienen la gracia de los "escritores bajitos", pero un poquito crecidos, porque ya son periodistas, sólo que nacieron con la condición de heraldos, de trovadores, de señaleros, de luciérnagas. Son Verónica, Gabriela y Carlos: poseen una varita satélite que les permite establecer un contacto directo con chicos y con grandes.

A mí me hubiese gustado escribir un cuento con la historia de tres heraldos ángeles que un día decidieron bajar a la tierra para difundir buenas ondas con equipo de periodistas. Pero San Pedro, que lee todos los diarios del Universo, no los deja salir de la órbita del Cielo porque está convencido que el periodismo no es tan bueno como parece. "El periodismo hace mucho daño", dijeron los hombres de ciencia del Cielo reunidos en asamblea cósmica.

Pero Gabriela, Carlos y Verónica emitían tanta luz desde sus grandes ojos asombrados que, finalmente, la asamblea del Cielo les permitió bajar y al rato de andar y de ver, los tres se instalaron con su lupa en esta ventana-libro para anunciar el buen tiempo, el tiempo de crecer, que es inolvidable. Y darnos la mano para transitar juntos por donde hay baches.

Por eso ahora yo desaparezco, vuelvo a mi tren, al que siempre me espera con algo nuevo, y los dejo con ellos: Carlos, Verónica y Gabriela, que no se sabe bien cuántos años tienen, porque tienen la edad de la poesía.

Fuente: www.eltercertiempo.com.ar

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