miércoles, 19 de mayo de 2010
CURIOSIDADES SOCIALES SOBRE LA REVOLUCION DE MAYO
Los bailes
Los porteños eran famosos porque ¡les encantaba bailar! Algunos de los bailes preferidos eran la contradanza española, los valses y los minuetos. Pero próximo a la época de la Revolución cuando empezó a hacer furor una danza que se acompañaba con cantos y en la cual la mujer avanzaba cantando "cielito, mi cielo". ¿Cómo se llamaba? Justamente: Cielo.
Las tertulias
Otro momento de diversión eran las tertulias, reuniones que se hacían a la noche, en las casas de los vecinos, y que terminaban alrededor de las once. Iban amigos de toda la vida y también forasteros, quienes eran "la gran novedad", ya que traían las últimas noticias del exterior. En estas reuniones estaban siempre las mujeres de la familia y, a veces, el dueño de casa. Es que, por lo general, éste se divertía más hablando de política en el café.
El teatro
A los porteños les encantaba ir al teatro. Claro que aquellos teatros eran muy diferentes de los de ahora, tanto que… ¡el público tenía que llevar su propia silla si quería ver la obra sentado! Además, tenían una salita anexa para las mujeres que iban solas, así no las molestaba ningún caballero demasiado atrevido
La ruleta
El juego de la ruleta se instaló en Buenos Aires un año antes de la Revolución de 1810. Y le gustó tanto pero tanto a la gente que uno de los alcaldes del Cabildo, Agustín de la Cuesta, se preocupó muchísimo por lo que se conocía como "la rueda de la fortuna". Según él, "había picado en abastecedores, jornaleros, hijos de familia e incluso esclavos". Es decir, fue todo un éxito.
¿Había paraguas en 1810?
Sí, era un invento que se había difundido en Europa. Pero, ¿habían llegado a Buenos Aires? Por supuesto. En un aviso publicado en el Correo de Comercio en 1810, se ofrecían paraguas ingleses que costaban entre cinco y diez pesos, según la calidad.
La farmacia
La primera botica o "farmacia particular", a cargo de un "boticario profesional", se instaló en Buenos Aires en 1770. Su propietario se llamaba Angel Pica y, como no había laboratorios, preparaba todos los medicamentos en la misma botica, en un cuarto llamado "rebotica". Y ese cuartito tan particular servía también para que se reunieran los ilustrados de la época a charlar sobre política y literatura.
Los médicos
Para 1810, Buenos Aires ya contaba con dos promociones de médicos recibidos en la ciudad. Habían estudiado en una escuela dirigida por el doctor Cosme Argerich, que era médico jefe del Hospital de la Caridad. La Escuela de Medicina había sido creada por el Tribunal del Protomedicato, en 1802. ¡De allí salieron los primeros doctores “industria nacional”!
Las amas de leche
En tiempos de Mayo, cuando una señora tenía un bebé, era muy común que contratara a otra mujer para que la ayudara a amamantar al recién nacido. Esta función también la cumplían las negras esclavas. A estas mujeres se las llamaba "amas de cría" o "amas de leche". Y cuando los chicos tomaban la leche de los pechos de la misma mujer, aun sin ser hermanos, eran llamados "hermanos de leche".
Los caballos
A los hombres les encantaba mostrar cuánto sabían sobre caballos y podían pasarse horas hablando sobre estos lindos animales. Es más, todos tenían por lo menos uno y eran tan fanas que gastaban la plata que no invertían en su propia ropa, con tal de que el caballo estuviera cubierto con los mejores adornos. El caballo era como el auto hoy: los hombres no iban a ninguna parte sin él. También lo usaban para arrastrar las redes de pescar, los gauchos se bañaban subidos al caballo, y hasta los mendigos pedían limosna… ¡a lomo de sus caballos!
Las vacunas
Como las epidemias y las pestes eran comunes en la época, el virrey Cisneros nombró al sacerdote criollo Saturnino Segurola comisario general de la vacuna, es decir que él tenía que vacunar a todo el mundo. Claro que a la gente no le gustaban demasiado los pinchazos; así que el nuevo comisario tuvo que encargarse personalmente de vacunar a la gente. Lo hacía debajo de un árbol –un pacara– que todavía hoy se encuentra cerca del Parque Chacabuco.
La escuela
En las escuelas de la época lo mejor era portarse bien, porque resultaba bastante común que los chicos fueran castigados con golpes de diverso tipo, de los cuales la peor variante eran los azotes. Obviamente, las madres se quejaban, aunque sin resultado. Recién se empezó a abandonar esta práctica por una disposición de la Asamblea del Año XIII a instancias de Manuel Moreno. El sobrino de Manuel –Mariano, hijo del prócer– había sido azotado en la escuela a la que asistía.
Los globos aerostáticos
El 26 de mayo de 1809, y para festejar el cumpleaños del rey Fernando VII, se inauguró la costumbre de lanzar al aire globos aerostáticos, eso sí, sin tripulantes. Ese día se elevó desde la Plaza de la Victoria (lo que hoy es la Plaza de Mayo) un globo de gran tamaño con unas coquetas banderas españolas colgando en la parte inferior. También se lanzó un globo en Buenos Aires cuando Cisneros llegó a la ciudad para hacerse cargo del Virreinato.
Los cafés
Adiviná qué hacía la gente cuando tenía tiempo en aquella época. Por ejemplo, iba a los cafés. El más conocido de todos era el "de Marco", llamado así por un motivo nada original: su dueño era el español Pedro José Marco. Estaba en la esquina de lo que hoy es Bolívar y Alsina (antes, Santísima Trinidad y San Carlos). Tenía un gran salón con mesas y billares, y un sótano donde se mantenían frescas las bebidas. Era el lugar preferido por los patriotas para reunirse, tanto que en 1811 se creó allí la Sociedad Patriótica.
El idioma
El idioma hablado en Buenos Aires era cualquier cosa menos castellano puro. Muchas palabras se pronunciaban mal. Por ejemplo, caballo se decía "cabadjo", calle "cadje". Y muchas expresiones que en España eran comunes, en esta parte del mundo querían decir algo completamente diferente. Así, decir determinadas palabras, podía ser hasta peligroso.
La luz
En tiempos de la colonia, al caer la noche, las calles de Buenos Aires se iluminaban con candiles alimentados con aceite de potro o de bagual. Claro que si la luna alumbraba lo suficiente, la gente se volvía ahorrativa y no los encendían. Y lo mismo pasaba en el teatro. En las funciones de lujo se utilizaban velas, por lo que recibían el nombre de "veladas". Para el resto de las funciones… ¡a arreglarse con la luz de luna, nomás!
Los porteños eran famosos porque ¡les encantaba bailar! Algunos de los bailes preferidos eran la contradanza española, los valses y los minuetos. Pero próximo a la época de la Revolución cuando empezó a hacer furor una danza que se acompañaba con cantos y en la cual la mujer avanzaba cantando "cielito, mi cielo". ¿Cómo se llamaba? Justamente: Cielo.
Las tertulias
Otro momento de diversión eran las tertulias, reuniones que se hacían a la noche, en las casas de los vecinos, y que terminaban alrededor de las once. Iban amigos de toda la vida y también forasteros, quienes eran "la gran novedad", ya que traían las últimas noticias del exterior. En estas reuniones estaban siempre las mujeres de la familia y, a veces, el dueño de casa. Es que, por lo general, éste se divertía más hablando de política en el café.
El teatro
A los porteños les encantaba ir al teatro. Claro que aquellos teatros eran muy diferentes de los de ahora, tanto que… ¡el público tenía que llevar su propia silla si quería ver la obra sentado! Además, tenían una salita anexa para las mujeres que iban solas, así no las molestaba ningún caballero demasiado atrevido
La ruleta
El juego de la ruleta se instaló en Buenos Aires un año antes de la Revolución de 1810. Y le gustó tanto pero tanto a la gente que uno de los alcaldes del Cabildo, Agustín de la Cuesta, se preocupó muchísimo por lo que se conocía como "la rueda de la fortuna". Según él, "había picado en abastecedores, jornaleros, hijos de familia e incluso esclavos". Es decir, fue todo un éxito.
¿Había paraguas en 1810?
Sí, era un invento que se había difundido en Europa. Pero, ¿habían llegado a Buenos Aires? Por supuesto. En un aviso publicado en el Correo de Comercio en 1810, se ofrecían paraguas ingleses que costaban entre cinco y diez pesos, según la calidad.
La farmacia
La primera botica o "farmacia particular", a cargo de un "boticario profesional", se instaló en Buenos Aires en 1770. Su propietario se llamaba Angel Pica y, como no había laboratorios, preparaba todos los medicamentos en la misma botica, en un cuarto llamado "rebotica". Y ese cuartito tan particular servía también para que se reunieran los ilustrados de la época a charlar sobre política y literatura.
Los médicos
Para 1810, Buenos Aires ya contaba con dos promociones de médicos recibidos en la ciudad. Habían estudiado en una escuela dirigida por el doctor Cosme Argerich, que era médico jefe del Hospital de la Caridad. La Escuela de Medicina había sido creada por el Tribunal del Protomedicato, en 1802. ¡De allí salieron los primeros doctores “industria nacional”!
Las amas de leche
En tiempos de Mayo, cuando una señora tenía un bebé, era muy común que contratara a otra mujer para que la ayudara a amamantar al recién nacido. Esta función también la cumplían las negras esclavas. A estas mujeres se las llamaba "amas de cría" o "amas de leche". Y cuando los chicos tomaban la leche de los pechos de la misma mujer, aun sin ser hermanos, eran llamados "hermanos de leche".
Los caballos
A los hombres les encantaba mostrar cuánto sabían sobre caballos y podían pasarse horas hablando sobre estos lindos animales. Es más, todos tenían por lo menos uno y eran tan fanas que gastaban la plata que no invertían en su propia ropa, con tal de que el caballo estuviera cubierto con los mejores adornos. El caballo era como el auto hoy: los hombres no iban a ninguna parte sin él. También lo usaban para arrastrar las redes de pescar, los gauchos se bañaban subidos al caballo, y hasta los mendigos pedían limosna… ¡a lomo de sus caballos!
Las vacunas
Como las epidemias y las pestes eran comunes en la época, el virrey Cisneros nombró al sacerdote criollo Saturnino Segurola comisario general de la vacuna, es decir que él tenía que vacunar a todo el mundo. Claro que a la gente no le gustaban demasiado los pinchazos; así que el nuevo comisario tuvo que encargarse personalmente de vacunar a la gente. Lo hacía debajo de un árbol –un pacara– que todavía hoy se encuentra cerca del Parque Chacabuco.
La escuela
En las escuelas de la época lo mejor era portarse bien, porque resultaba bastante común que los chicos fueran castigados con golpes de diverso tipo, de los cuales la peor variante eran los azotes. Obviamente, las madres se quejaban, aunque sin resultado. Recién se empezó a abandonar esta práctica por una disposición de la Asamblea del Año XIII a instancias de Manuel Moreno. El sobrino de Manuel –Mariano, hijo del prócer– había sido azotado en la escuela a la que asistía.
Los globos aerostáticos
El 26 de mayo de 1809, y para festejar el cumpleaños del rey Fernando VII, se inauguró la costumbre de lanzar al aire globos aerostáticos, eso sí, sin tripulantes. Ese día se elevó desde la Plaza de la Victoria (lo que hoy es la Plaza de Mayo) un globo de gran tamaño con unas coquetas banderas españolas colgando en la parte inferior. También se lanzó un globo en Buenos Aires cuando Cisneros llegó a la ciudad para hacerse cargo del Virreinato.
Los cafés
Adiviná qué hacía la gente cuando tenía tiempo en aquella época. Por ejemplo, iba a los cafés. El más conocido de todos era el "de Marco", llamado así por un motivo nada original: su dueño era el español Pedro José Marco. Estaba en la esquina de lo que hoy es Bolívar y Alsina (antes, Santísima Trinidad y San Carlos). Tenía un gran salón con mesas y billares, y un sótano donde se mantenían frescas las bebidas. Era el lugar preferido por los patriotas para reunirse, tanto que en 1811 se creó allí la Sociedad Patriótica.
El idioma
El idioma hablado en Buenos Aires era cualquier cosa menos castellano puro. Muchas palabras se pronunciaban mal. Por ejemplo, caballo se decía "cabadjo", calle "cadje". Y muchas expresiones que en España eran comunes, en esta parte del mundo querían decir algo completamente diferente. Así, decir determinadas palabras, podía ser hasta peligroso.
La luz
En tiempos de la colonia, al caer la noche, las calles de Buenos Aires se iluminaban con candiles alimentados con aceite de potro o de bagual. Claro que si la luna alumbraba lo suficiente, la gente se volvía ahorrativa y no los encendían. Y lo mismo pasaba en el teatro. En las funciones de lujo se utilizaban velas, por lo que recibían el nombre de "veladas". Para el resto de las funciones… ¡a arreglarse con la luz de luna, nomás!
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