Compartió con nosotros nuestros momentos felices y los otros no tan gratos, donde su justa palabra y acción, nos daba el apoyo y aliento necesario.
Puedo decir, con todo orgullo que nos honró con su profesionalismo en el arte de curar, pero aún más con su cariño y amistad; conciliador por excelencia, la mesura, ética, humildad, entrega desinteresada, el respeto, la discreción, fueron sus rasgos distintivos. El trato para con las personas era igualitario, sin hacer nigún tipo de diferencias.
Quien haya tenido el privilegio de ser su amigo o paciente sabrá que no son palabras de halago, sino el reconocimiento merecido que ha sabido forjar a través del tiempo.
Lo vamos a extrañar, QUERIDO DOCTOR, pero entendemos que ha llegado la hora de su merecido descanso, sólo es el deseo de mi familia y el mío propio, que la vida sepa premiar con creces todo lo brindado en tantos años de profesión.
GRACIAS, desde lo profundo del corazón.
Myrian
Una vida dedicada a la medicina
El doctor Horacio Torcetta, llegó a Leones a fines de la década del ‘50. Dejó su Rosario natal con la idea de hacer patria en lugares más pequeños, donde aún no había profesionales, o por lo menos, no tantos. Se recibió de médico en 1958 en la Universidad Nacional de Rosario. Después de intentar en varias localidades, se instaló en esta ciudad, donde desarrolló una larga vida profesional. A los 78 años, decidido a descansar, resolvió cerrar esta etapa de su vida.
Mesurado, discreto, tranquilo, compañero de sus pares y solidario con el personal de cuanto sanatorio hubo pasado. Siempre atento a las preocupaciones y salud de sus pacientes, el doctor Torcetta recibió a NUEVO DÍA en su casa. Allí recordó parte de su historia profesional.
-¿Por qué se instaló en Leones?
-Torcetta: llegué en el año 1959. No tenía oportunidad de trabajar en Rosario. Era una época en que había que tener gente conocida relacionada y yo estaba recién recibido.
Estudié en
Fue pasando el tiempo y me puse en contacto con el doctor Cabrera, bioquímico, quien me dijo que habían nombrado director del Hospital de Bell Ville al doctor Juárez. El doctor no quería instalarse en esa ciudad y me ofreció una sociedad; a mí siempre me gustó trabajar en equipo, así que compramos el sanatorio con su instrumental, pagando en cuotas, y el doctor Juárez llevó lo que tenía.
-¿Dónde estaba ubicado el sanatorio?
-Torcetta: al lado de la actual Escuela Especial “Pablo VI”.
-¿Cómo se llamaba?
-Torcetta: le habíamos puesto Sanatorio Argentino. El edificio era una casa antiquísima, con muchas salas, porque había pertenecido a esas familias de las que vivían todos juntos, desde los abuelos a los nietos.
-¿Cuándo se especializó en anestesista?
-Torcetta: antes de que llegara el doctor José Manuel Juárez, me llamó el doctor Roberto Sturich, y me dijo que acá el único anestesista era de Bell Ville y pensaba irse a Buenos Aires. Yo era el más joven, por lo que me ofreció hacer anestesia, ya que aquí se necesitaba, aunque fuera para las urgencias.
Tuve que estudiar anestesiología para poder trabajar. Los médicos en Rosario nos decían que, si teníamos que ir a la campaña, había que saber atender un parto, hacer un “curetaje” por un aborto espontáneo, conocer algo de corazón, aunque por esa época la cardiología era mínima, pero tenías que saber actuar sobre la persona, para sacarla de la urgencia y después derivarla a lugares de mayor complejidad. Por eso traté de estudiar un poco de todo.
-¿Qué médicos había en ese momento en Leones?
-Torcetta: estaban los doctores Roberto Sturich, Francisco Grosso, que era el director del Hospital, Amadeo Bertini, José Manuel Juárez, Eduardo San Martín, entre otros.
En esa época, cada sanatorio atendía a determinadas mutuales; luego, desde Córdoba, se dictaminó que todos los médicos teníamos derecho a atender a los pacientes que se nos presentaran, tuviesen la mutual que tuviesen.
-¿Cómo llegó al hospital de Leones?
-Torcetta: cuando llegué a Leones intenté ir al Hospital, porque siempre me gustó la parte pública. Estuve 7 años y medio trabajando ad honorem, pero quiero dejar aclarado que lo hice de esta manera por que yo lo quise así, nadie me obligó, y me sentía muy bien trabajando en el área pública, en esas condiciones.
Había dos cirujanos en aquel momento, los doctores Arturo Quinteros y Danilo Bonifacio, y los dos deseaban trabajar en el Hospital, uno se hacía más conocido ahí. Si en esa época se operaban tres apéndices y salían bien, el médico era casi “Gardel”.
Cuando el doctor Sturich, que era cirujano del Hospital, se fue a Norteamérica, dejó al doctor Quinteros su lugar en el Hospital, porque le había vendido el sanatorio.
Quisieron que yo reemplazara al doctor Sturich, pero me negué porque debía entrar un cirujano y yo no podía aceptar. El doctor Bonifacio me convenció, diciendo que ya se habían puesto de acuerdo en compartir las cirugías con el doctor Quinteros y hacía falta un anestesista.
-Y en la parte privada, ¿se asoció a otros médicos?
-Torcetta: nos unimos a otros médicos, porque donde estábamos en Avda. del Libertador, había goteras y aunque el señor Rolando, que nos alquilaba, era muy bueno, el lugar no daba para más.
Los doctores Arturo Sívori y Quinteros hicieron una sociedad, donde está hoy
-¿Por qué fueron sus mejores años?
-Torcetta: estaba cerca de mis 40, tenía experiencia y fortaleza. De todas maneras, me duró esta sensación hasta los 65 años.
-¿Cómo siguió su vida?
-Torcetta: hice domicilios y seguí con el sanatorio. También di clases; el director Francisco Franco, me ofreció horas de anatomía en 3º y 4º año de la entonces ENSCBA, y como en aquella época uno entraba como profesor pero le pagaban al año, me ofreció el puesto por ser el más joven. No es que yo tuviera tanta facilidad para ser maestro, pero con lo que había aprendido y mi poca experiencia, empecé a dar clases de anatomía, cuando la escuela era Bachiller Nacional.
-¿Usted ya dejó definitivamente de ejercer su profesión?
-Torcetta: ya no trabajo de médico, lo que podría hacer ahora es trabajar de curandero (risas), estoy seguro que no me perseguirían; aunque sí lo harían, si siguiera ejerciendo de médico (risas).
-¿Por qué decidió dejar de trabajar?
-Torcetta: hay varias razones, la gente empieza a buscar a los médicos más jóvenes y yo estuve muchos años. Ya no es lo mismo, ahora se acude mucho a los especialistas. En los últimos tiempos, gracias a que la gente viajaba a atenderse a Villa María, Córdoba o Rosario, hacía más recetas que medicina, porque se les complica para volver por una receta. Les hacía un favor, pero llegó un punto en que ya no me gustó no poder ejercer mi profesión.
-¿Con qué médicos trabajó en esos últimos años?
-Torcetta: primeramente estuve con los doctores Garelli, Kalbermatter y Socolsky en el Sanatorio Privado Belgrano.
-¿En una vida dedicada a esta profesión, cómo fue evolucionando la medicina?, ¿por qué antes nos quedábamos en cama varios días cuando estábamos engripados y ahora no?
-Torcetta: antes la gente se quedaba en cama por varios días, aunque debería hacerse igual. He visto un gran progreso de la medicina. Cuando yo me recibí, los muchachos les hacían bromas a los que querían ser médicos del corazón, se decía: “Cuidado con tocar el corazón, ni con un alfiler”; y son increíbles las cosas que se hacen ahora.
-¿Recuerda alguna anécdota de su extensa carrera?
-Torcetta: tengo muchas anécdotas. Me acuerdo de una señora que yo nunca había atendido, no tenía nada especial, y la familia le había insistido en que se hiciera análisis de control; como no había apuro, le dije que la vería después de un congreso de anestesiología, al que asistiría en Buenos Aires. La señora me miraba mientras le explicaba, y me dijo que no entendía qué era lo que iba a hacer; le volví a contar lo que estudiábamos en el curso y seguía sin entender. Me terminó preguntando cómo era posible que yo tuviera que ir a aprender, si ya estaba trabajando de médico. Nunca más se hizo atender conmigo, habrá encontrado otro médico que no fuera a ningún congreso.
-¿Cómo se manejaba la anestesiología cuando usted comenzó a ejercer?
-Torcetta: no tenía mucho prestigio ni la rigurosidad que tiene hoy. El anestesiólogo le indicaba a cualquiera, enfermera o monja, cuánto éter debía colocar y luego el cirujano lo iba manejando a medida que el paciente se movía. Tampoco pagaban mucho, por lo que en las ciudades comenzaron a cobrar plus. Pero mis socios no quisieron implementarlo, a pesar de que algunos clínicos que venían, cobraban aparte. De todos modos, yo siempre cuidé a mis pacientes y a las familias y no les hablé de esto.
-¿Alguna vez se enojó ante una situación límite?
-Torcetta: creo que no, siempre he sido muy sereno, muy tranquilo, y creo que eso han visto algunos pacientes que me eligieron, no por ser sabio, sino porque les gustaba que los trataran bien. Tuve más problemas estos últimos tiempos.
-¿Usted sintió que debía irse?
-Torcetta: vinieron cirujanos nuevos y les insistieron en que compraran acciones, preguntándome a mí si vendería mi parte. Los doctores Socolsky y Kalbermatter ya habían vendido. Yo averigüé cuánto me correspondía y cuando se los expuse, me propusieron pagarme bastante menos, por lo que, en ese momento, me negué a irme. Después de dos años de pensarlo, acepté vender, a ese precio que me ofrecieron, por miedo a perder todo. El doctor Fernando Bedino, compró mi lugar.
-¿Qué va a hacer de ahora en más?
-Torcetta: la verdad es que no sé, descansar, supongo. Me gustaría estar en alguna entidad, en alguna institución, aunque también debe haber envidia y conflictos, y yo ya estoy cansado de todo eso.
Fuente: Periódico Nuevo Díahttp://www.nuevodiaonline.com.ar/
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