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viernes, 27 de agosto de 2010

ANA MARÍA GALIANO - Archivóloga

Fragmentos de la nota realizada por el Periódico Nuevo Día a la archivóloga Ana María Galiano.

Ana María Galiano es licenciada en archivología, egresada de la Universidad Nacional de Córdoba. Nació en Leones, y una vez obtenido el título superior, desarrolló su vida profesional en Roma, donde actualmente está el Instituto de Patología del Libro.
Viajó becada por la OEA –Organización de los Estados Americanos- para estudiar un año en aquel país del viejo continente, pero se quedó veintinueve. Estudió, realizó investigaciones y a través de su propio laboratorio trabajó en infinidad de bibliotecas, municipalidades y museos. El documento más antiguo que tuvo en sus manos fue un edicto de Constantino del año 323 y el más antiguo que restauró data del 988. “Me emocionó mucho pensar en todos los años que habían pasado, entre ese pedacito de pergamino escrito y yo”, le dijo Ana María a NUEVO DIA.
Hoy, radicada nuevamente en Leones, avalada por su innegable capacidad y experiencia, dicta cursos en conservación de libros y documentos de archivo en el Laboratorio de Conservación Nicolás Yapuguay de la ciudad de Buenos Aires y además, proyecta trabajos en la ciudad de Córdoba.

¿De cuándo data el libro más antiguo de la Argentina?
-Lo más antiguo data del 1500, al principio de la colonización. No tenemos cosas más antiguas porque todas las tribus indígenas anteriores que existían en la Argentina, no llegaron a tener una escritura desarrollada como la conocemos; hay muchos signos y dibujos pero no llegó a evolucionar. La escritura más desarrollada que se encontró fue la de los incas, con los quipus, que era un sistema de nudos sobre cintas de colores. Acá hay pocos libros editados en esa época, la gran mayoría venía de Europa. Lo que hizo Padre Morales, que fue el jesuita que se ocupó de recoger los libros de los jesuitas que estaban dando vueltas en casas de familias, en iglesias, en bibliotecas, que en estos momentos está trabajando en Roma. Los que no pudo recuperar son los de la Biblioteca Mayor, porque creo que fueron donación cuando se creó la Universidad, por lo que, legalmente, les pertenece. Son alrededor de dieciocho mil obras lo que ha logrado recuperar. Ahora están comenzando la clasificación y catalogación para poder darla al público.
Sería importante crear la mentalidad de que, se use o no se use, en los presupuestos para el año administrativo, aparezca la palabrita “Restauración” y empiecen a poner un poco de dinerito.

-¿Te imaginas que sucedería si no existieran los archivos?
-Si no existieran sería como si nuestra Nación sufriera de Alzheimer, como si no tuviera memoria. Si bien es cierto que muchos quieren borrar esta memoria porque puede ser una mancha, pero implica experiencia; la historia se repite, por lo tanto, tratemos de leer en la historia de nuestro país para no cometer los mismos errores.
-¿Cuál fue el libro más importante que tuviste en tus manos?
-De los que tuve en mis manos pero no restauré, aunque tuve la posibilidad de verlo en un archivo, fue un edicto de Constantino del año 323. Me emocionó mucho pensar en todos los años que habían pasado, entre ese pedacito de pergamino escrito y yo.
La cosa más antigua que restauré databa del 988, también un documento en pergamino.

Cuando doy comienzo a las charlas que suelo brindar, digo que hay tres momentos en la restauración: uno científico, uno práctico y uno místico. El científico es cuando uno estudia, se basa en las ciencias, consulta bibliografía y propone el proyecto. El práctico es cuando empieza a trabajar, a descoser, a lavar, a restaurar. Y el místico es cuando llega un momento en que no sabes qué hacer y decís: “Ay, Dios mío, ayúdame”. Y hay unos cuántos de estos.

¿Te has encontrado con mucha información histórica de Leones?
-Estuve charlando con la encargada del Registro Civil, que me comentaba que tienen problemas con los registros de nacimientos, muertes, matrimonios de fines del 800, cuando nacen los Registros Civiles, porque son libros que, a pesar de que su papel era bueno y estaban bien confeccionados, han sido usados durante mucho tiempo, por lo cual tienen hojas rotas, entre otros inconvenientes. Y este problema se repite en todos los organismos de este tipo, en todos los pueblos. La cuestión es que se soluciona poniendo cinta o un papelito con plasticola, que son los cánceres del libro del siglo XX.

-¿Hubo libros en los que trabajaste que merecieron tu afecto?
-Me acuerdo mucho de un coral, porque ahí trabajé con las miniaturas. Era enorme, medía 60 por 40 por 15 de alto y tenía las tapas de madera. Lo agarrábamos entre dos, tuvimos que descoserlo todo, estaba hecho en pergamino, y lleno de miniaturas, que es cuando se escribe la mayúscula y adentro se realizan dibujos muy chiquitos que se refieren al texto. Fue un trabajo hermoso, databa de entre 1420 a 1450.
Otro trabajo memorable fueron los dibujos preparatorios del altar mayor del Vaticano, de Bernini. Las hojas llenas de dibujitos, hechos con pluma de ganso, donde se veían garabatos y esbozos de lo que es hoy el altar. Son cosas que emocionan. En realidad, cada cosa que he hecho me ha dejado un recuerdo.
Trabajamos mucho con las escribanías, que son la institución más antigua de la historia, y la única donde no se puede tirar nada. Y hemos encontrado allí cosas muy divertidas, como algunos testamentos.

María Aelajandra Gallo
Redacción Nuevo Día

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