domingo, 17 de octubre de 2010
RAMÓN QUE DUELE
1977, Morón.
Un niño con las botas embarradas, se anda secando los mocos con el revés del brazo.
Ojitos de uva, de las vides chinche, luceros de noche que son fogonazos si llega a enojarse, pero no se enoja. Como once hermanos quedan en la casa, la madre sostiene que “algo le falla, porque no es manso”.
Manso no podría ganarse un trabajo. Cada madrugada viaja muy limpio, colgado en el pasamanos de algún colectivo. Manso no podría proteger su cuerpo y regresar sano el fin de semana, casi pareciera que vive en la calle.
Su juego obligado es un cajón reluciente, cepillo, unos cuantos tarros con pomada y una gamuza que heredó del padre -mejor ni nombrarlo-. En los escalones del supermercado El Hogar Obrero, también ofrece diarios, a veces sonríe cuando los clientes le piden que invente los rayos del sol lustrando zapatos; otros lo desprecian, entonces con mucho respeto, aprieta los ojos para volver a casa y abrazar a su madre.
Tan solo cuenta ocho años, lustra y se calla.
Se siente orgulloso, ¡por ser casi un hombre tiene un buen trabajo !
Los otros, mirando, no decimos nada.
Laura Ororbia
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Un niño con las botas embarradas, se anda secando los mocos con el revés del brazo.
Ojitos de uva, de las vides chinche, luceros de noche que son fogonazos si llega a enojarse, pero no se enoja. Como once hermanos quedan en la casa, la madre sostiene que “algo le falla, porque no es manso”.
Manso no podría ganarse un trabajo. Cada madrugada viaja muy limpio, colgado en el pasamanos de algún colectivo. Manso no podría proteger su cuerpo y regresar sano el fin de semana, casi pareciera que vive en la calle.
Su juego obligado es un cajón reluciente, cepillo, unos cuantos tarros con pomada y una gamuza que heredó del padre -mejor ni nombrarlo-. En los escalones del supermercado El Hogar Obrero, también ofrece diarios, a veces sonríe cuando los clientes le piden que invente los rayos del sol lustrando zapatos; otros lo desprecian, entonces con mucho respeto, aprieta los ojos para volver a casa y abrazar a su madre.
Tan solo cuenta ocho años, lustra y se calla.
Se siente orgulloso, ¡por ser casi un hombre tiene un buen trabajo !
Los otros, mirando, no decimos nada.
Laura Ororbia
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Publicado por
Es bueno comunicarnos
en
2:00
Etiquetas:
LAURA ORORBIA (Escritora),
POETAS DE MI CIUDAD
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